7 días de aventura con fēnix, según Wes
Cuando Garmin me comunicó que me iba a recorrer el valle de Langtang en Nepal, supuse que había una errata en la dirección de correo electrónico. Se habían equivocado de persona seguro. Durante gran parte de mi adultez, la vida normal en las afueras de la ciudad se me ha hecho difícil físicamente debido a la espondilitis anquilosante que me diagnosticaron a los veintitantos. Y ahora, justo seis meses después cumplir los 40, ¿voy a cruzar el mundo para hacer la caminata de mi vida?
La mayoría de mis amigos no me creyeron; los que me conocen desde hace más tiempo eran los que más desconfiaban del viaje porque me habían visto pasar años de fisioterapia y tratamientos de eficacia variable. Todos pensaron que les estaba gastando una broma.
No había ninguna errata en ese correo electrónico, y no era una broma.
Consulté a mi médico, y su respuesta positiva sobre las terapias que había estado siguiendo para controlar mi artritis me hicieron darme cuenta de que realmente podía hacerlo. Me iba a Nepal1.
Ya había utilizado el reloj fēnix® para controlar cosas sencillas, como el recuento de pasos diario, el entrenamiento de pilates dos veces por semana y la calidad de mi sueño, pero sabía que tendría que revisar todas sus funciones si iba a empezar a entrenar para el viaje.
Al cabo de una semana, ya estaba sin aliento y a punto de vomitar en las montañas Verdugo. A unos 487 metros de altitud y 35 °C bajo el sol, contemplaba empapado en sudor el centro de Los Ángeles a lo lejos. Mi entreno había comenzado.
No tardé mucho en convertirme en un experto leyendo la altitud en mi reloj, siempre controlando mi frecuencia cardíaca para asegurarme de no llegar al agotamiento2 e incluso cronometrando las recuperaciones para evitar lesiones graves. Mi entrenador de pilates desarrolló un programa para fortalecer mis débiles piernas y estabilizar la zona abdominal para ayudarme a prepararme aún más.
A pesar de todo, tenía la vaga sensación de que era imposible conseguirlo, incluso un par de meses después, mientras bajaba del coche en el aeropuerto internacional de Los Ángeles, seguía sintiéndome así. No fue hasta que conocí a Joel durante nuestra escala en Dubái que me di cuenta de la realidad de esta experiencia que me iba a cambiar la vida.
Joel es exactamente el tipo de persona con la que querrías compartir una aventura tan impresionante como esta. Es tan auténtico que ni siquiera la barrera del idioma es un impedimento, tiene una habilidad especial para ver lo positivo en las situaciones difíciles y siempre está dispuesto a reírse educadamente de una broma (sin importar lo absurdas que fueran cuando las hice).
Pude ver reflejados en el rostro de Joel mi entusiasmo por el viaje y mi ansiedad por estar a miles de kilómetros de distancia de mi pequeña familia. Pasamos las primeras horas compartiendo fotos de nuestras hijas pequeñas e intercambiando historias sobre lo importante que es para nosotros ser padres. Resulta que poder contar con alguien que te ayude cuando estás al otro lado del mundo, lejos de los tuyos, no es algo que puedas simplemente poner en una lista de lo que te vas a llevar de viaje. Es evidente que Garmin nos emparejó a propósito para esta aventura.
Hay muchas cosas sobre Nepal que no puedes saber hasta que no has estado allí. Me encontré con esto una y otra vez mientras investigaba antes de llegar. Y, si estás leyendo esto con la esperanza de conseguir entender mejor este lugar, te vas a llevar una decepción.
Vivir a la sombra de las montañas más grandes del mundo ha hecho de Nepal un lugar del que, a lo largo de la historia escrita, se ha hablado con respeto. Las sutilezas de la personalidad cultural nepalí impregnaron cada interacción que tuve cuando estuve allí, e incluso después de meses de procesar la experiencia, todavía no puedo explicarlo del todo.
Mientras estábamos en Katmandú, tratando de evitar el jet lag, Joel y yo tuvimos la oportunidad de visitar la estupa de Swayambhunath con sus cientos (¿miles?) de monos antes de dirigirnos a la plaza Durbar. Parecía que la ciudad nos tenía preparada una sorpresa en cada esquina.
Ya en la plaza Durbar, seguimos a una multitud y nos encontramos haciendo cola para ver a la diosa viviente Kumari en uno de sus raros eventos públicos. En un principio no pude ver la importancia de esto, pero lo que sí sentí fue el cambio en la multitud cuando ella nos miró desde su pedestal con vistas al atrio del Kumari Ghar, su hogar.
No hay que subestimar el impacto cultural al llegar a Katmandú desde Los Ángeles. Y fue aún más impactante cuando salimos de la ciudad hacia el valle de Langtang. La enorme masa humana de la ciudad fue sustituida por la tranquilidad de un bosque frondoso con un único camino que se abría paso a lo largo de un río.
Joel y yo fuimos cautelosos cuando empezamos, ya que los dos temíamos que el mal de altura pudiera fastidiar todo el viaje. Garmin nos había trazado la ruta para evitar cualquier complicación, pero aun así queríamos ir con cautela. Incluso cansados, comparábamos las frecuencias cardíacas y controlábamos nuestra aclimatación a la altitud con regularidad.
A lo largo del valle de Langtang hay hoteles y albergues cada tres kilómetros a lo largo del sendero. Y ninguno de ellos tenía un camino hecho para llegar. Me acostumbré a apartarme a un lado del sendero con regularidad para permitir que los porteadores que llevaban muchísimo peso a la espalda, e incluso a veces tiraban de mulas cargadas con suministros, me pasaran de camino a estos hoteles. Pensaba en ellos cada vez que me sentía agotado, arrastrando mi pequeña mochila.
Nepal da una lección de humildad.
Con el paso de los días, fuimos subiendo de altitud y los paisajes empezaron a cambiar. Cambiamos el follaje frondoso y los bosques de bambú por paisajes escarpados y prados alpinos. Pasamos por pequeños pueblos y coincidimos con mochileros de todo el mundo. Vimos familias de yaks tumbados al sol y lugares de culto remotos y sagrados.
A lo largo de todo el proceso, comencé a pensar que quizás las limitaciones físicas impuestas por la espondilitis anquilosante no eran tan forzadas como suponía. El día que nos tomamos de descanso para aclimatarnos antes de nuestro último ascenso a la cima de Kyanjin Ri, Joel y yo tuvimos una larga conversación sobre las limitaciones autoimpuestas y sobre cómo él había tenido pensamientos similares sobre su propia vida.
Es fácil quedar atrapado en las complejidades de la vida moderna. Es incluso más fácil perderse en los detalles que conllevan las obligaciones que acumulas a medida que te haces mayor. Sorprendentemente, Garmin nos envió al otro lado del mundo para hacer la caminata de nuestra vida y, sin querer, nos proporcionó una nueva perspectiva de lo que significa vivir nuestro día a día en casa.
Nunca olvidaré esa última mañana cuando subimos en la oscuridad a la cima de Kyanjin Ri, el destino final de nuestro recorrido de una semana. Lo único que se oía era la respiración entrecortada de nuestro equipo, el crujido de la hierba alpina helada bajo nuestros pies y algún que otro desprendimiento de nieve a lo lejos.
Estaba sin aliento y con ganas de vomitar cuando llegamos a la cumbre más alta de Kyanjin Ri. A 4750 metros de altitud y con una sensación térmica de -6 °C, mientras contemplaba temblando el pequeño pueblo al pie de la cima me di cuenta de que finalmente lo habíamos conseguido.
1 Garmin proporcionó los productos y pagó los gastos de Wes.
2 Consulta Garmin.com/ataccuracy